El mes de enero a menudo es reconocido (por los Católicos Estadounidenses) como el “Mes del Respeto a la Vida”. La razón de esta designación es el aniversario de la decisión de la Corte Suprema (Roe v. Wade) que legalizó el aborto como un “derecho” bajo la Constitución de los Estados Unidos el 22 de enero de 1973. El tema es a menudo delicado, incluso entre Católicos, como algunos elijen verlo como un problema político o “uno de los muchos” problemas morales. En realidad, se trata de una cuestión fundamental ya que, sin el derecho básico a la vida y la defensa de dicho derecho, todas las demás cuestiones dejan de ser relevantes. Aunque todavía estamos a varios meses del “Mes del Respeto a la Vida”, dado todo lo que sucede hoy a nuestro alrededor, el tema es realmente atemporal.

 

Citando una instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el Don de la Vida, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que:

 

“La vida humana es sagrada porque desde su inicio implica la acción creadora de Dios y permanece para siempre en una relación especial con el Creador, que es su único fin. Solo Dios es el Señor de la vida desde el principio hasta el fin: nadie puede, bajo ninguna circunstancia, reclamar para sí el derecho de destruir directamente a un ser humano inocente” (párr. 2258).

 

Dios es la fuente, el sustentador y el fin de toda vida. Viene de Él, es sostenida por Él, volverá a Él—le pertenece a EL. Incluso nuestra “propia” vida no es nuestra, ¡es SUYA! Además, El desea tener una relación especial con nosotros, que fuimos creados “a su imagen y semejanza”. Fuimos creados para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida y ser felices con Él para siempre en la próxima. Este principio muy básico es el fundamento de toda la enseñanza moral y ética de la Iglesia, desde la justicia personal hasta la justicia social.

 

Por lo tanto, la dignidad y santidad de la vida humana deben ser consideradas, mantenidas y defendidas ante todo cuando se considera “nuestra posición” sobre lo que nuestra cultura a menudo desea presentar como cuestiones “políticas”. La pregunta básica que debe hacerse es siempre: “¿Esta o aquella posición realmente defiende la dignidad y santidad de la vida humana?” Si la respuesta no es un “¡Sí!” definitivo, el tema que se está considerando es inmoral. Los párrafos 2263-2283 del Catecismo entran en detalles sobre actos humanos específicos como la autodefensa, la pena capital, el aborto, los procedimientos médicos, la eutanasia y el suicidio y la moralidad y las implicaciones de estos. Hay otros que no se abordan tan claramente en el Catecismo y que, sin embargo, son ofensas contra la dignidad y el carácter sagrado de la vida humana: autolesiones, comportamiento imprudente e inmoral, prejuicio y racismo, intimidación y los males espirituales del escándalo, la calumnia y la detracción.

 

Entonces, ¿qué significa fomentar verdaderamente una cultura de la vida? Significa que vemos toda la vida humana, desde el momento mismo de su concepción hasta su fin natural, como un regalo de Dios. Significa que atesoramos ese don como algo sagrado, algo que se debe proteger y defender, algo que se debe fomentar y promover para que siempre sea vivido y atestiguado como digno de ser vivido. ¿Qué importancia y respeto le damos a la vida de quienes nos rodean? ¿A nuestra propia vida? ¿Cuáles son las actitudes y formas de pensar en nosotros que todavía necesitan conversión para que podamos generar una verdadera cultura de vida en nosotros mismos? ¿En nuestras casas? ¿En nuestra parroquia? ¿En nuestros lugares de trabajo? ¿En nuestro país? ¿En el mundo?