Una de mis cosas favoritas es escuchar al Venerable Arzobispo Sheen. Siempre me ha impresionado su elocuencia, conocimiento y perspicacia. Quizás lo que más me ha inspirado siempre, sin embargo, es su pasión. Esto es especialmente palpable cuando el habla del amor: amor a Dios y amor al prójimo. Y el mayor enemigo y obstáculo para el amor genuino a Dios y al prójimo no es el odio, es la indiferencia. Le apasiona mucho esto cuando habla de la preocupación y el amor por la Iglesia en todo el mundo, especialmente cuando habla de los que tienen el oficio apostólico, pero aplicándose con fuerza a todos los que llevan el nombre de Cristo. En un sermón sobre “La Ley del Amor”, señala que sabremos que amamos genuinamente cuando podamos ser “portadores del pecado” de otro; cuando nosotros, como nuestro Bendito Señor, podemos asumir la iniquidad y el sufrimiento de otro como nuestro. Cuando los sufrimientos de otro se convierten en nuestros sufrimientos, entonces podemos decir que nuestro amor es verdadero y puro.
Ciertamente podemos pensar en ejemplos de esto en la experiencia diaria. Una vez que un padre se da cuenta del sufrimiento o la dificultad de un hijo, asume esa carga de sufrimiento. Cuando alguien que conocemos está pasando por un momento difícil, pensamos en él, oramos por él y nos esforzamos por “hacer” por él. Este es incluso el caso cuando se trata de personas que no conocemos. ¿Cuántas veces, por ejemplo, Facebook se ilumina con “marcos” especiales cuando sucede algo importante en cualquier lugar del país o del mundo? Ya sea un marco con los colores de la bandera de una nación (que simboliza nuestra solidaridad con los de esa nación) o colores que representan una preocupación especial (cáncer de mama, autismo o cualquiera que sea el caso), nuestro “usar esos colores” nos recuerda y aquellos que los ven, que estamos con los afligidos, nos hacemos “portadores del pecado” y asumimos el sufrimiento de otro. Por amor. No “involucrarse”, permanecer en silencio, no hacer nada y permanecer indiferente muestra una falta de amor. Una completa falta de amor. Y la verdad es…: ESO es precisamente por lo que todos y cada uno de nosotros seremos juzgados (San Juan de la Cruz).
“La fe es la certeza de lo que se espera y la visión de lo que no se ve” (Hebreos 11: 1). Esta es la mejor y más concisa definición de fe “personal”. Pero cuando hablamos de “la fe”, nos referimos al depósito (colección) de cosas invisibles que se nos proponen esperar y retener sustancialmente. Para nosotros los Católicos, creemos que estas cosas que se nos proponen son las mismas que el Señor mismo propuso a los Apóstoles; las mismas cosas que transmitieron a sus sucesores; las mismas cosas que tenemos hoy (dos milenios después) a través del Magisterio (oficio de enseñanza) de la Iglesia. En este siglo XXI, sin embargo, muchos que son y afirman ser parte del cuerpo de creyentes de la Iglesia, lamentablemente, no se someten públicamente a sus creencias y enseñanzas y por lo tanto (se puede asumir con seguridad) no sostienen personalmente lo que la Iglesia sostiene que es verdadero ni tienen personalmente la fe en Dios alabada por el escritor de la Carta a los Hebreos que es necesaria para nuestra salvación. Esta trágica realidad debería ser de la mayor preocupación para los encargados del cuidado de las almas, ya que se trata de una cuestión de vida o muerte eterna. Ellos son los Guardianes de la Fe y los Pastores confiados con el redil de Dios (Jer 23: 1-6). Esta es, esencialmente, la misión de la Iglesia: hacer discípulos de todas las naciones y, como la Barca de Pedro, llevarlos a salvo, a través de las turbulentas aguas de este mundo y de la vida, al puerto seguro de la salvación. Todos los esfuerzos deben fluir y conducir a esta misión.
El viernes 16 de Julio del 2021, el Papa Francisco, Vicario de Cristo en la Tierra y Sucesor de San Pedro, emitió una Carta Apostólica, Motu Propio (por sus propios motivos) Custodes Traditionis, revocando las concesiones hechas por sus predecesores Benedicto XVI y Papa San Juan Pablo II para aquellos miembros de los fieles para quienes la liturgia y los ritos antiguos (que existieron relativamente constantes durante más de un milenio antes de las reformas posteriores al Concilio Vaticano II) tenían un gran beneficio espiritual, intelectual, emocional y generalmente holístico. Hablo aquí, no desde un punto de vista “teológico” o “intelectual”, sino como beneficiario personal de estas bendiciones y como dispensador y pastor de almas que buscan y (me atrevo a decir) necesitan estos beneficios. Es comprensible que el Motu Propio del Santo Padre y la carta que lo acompaña (el lenguaje y el tono, el extenso de su alcance y las intenciones inmediatas y a largo plazo claramente expresadas) dejaron desconcertados a innumerables fieles (los vinculados al la Misa Tradicional y otros). Sobre todo porque un movimiento tan duro y draconiano viene de alguien que podría ser descrito por el mundo como el “Rostro de la Misericordia” y el “Campeón de los Marginados” en pontificados memorables. Lo que confunde aún más las cosas es que las medidas de marginación propuestas y la decisión general se hace en nombre de la “unidad” y el papel del Sumo Pontífice para salvaguardar este rasgo precioso de la Iglesia de Dios.
Una definición de “unidad” es: “el estado de estar unidos o de acuerdo”. En otras palabras, como “estado”, es algo que surge como subproducto de otras condiciones: concordancias y armonía de diversas partes que conforman el todo, propósitos e intereses comunes, etc. No es algo que se pueda decretar o dictar, ipso facto. Algo tiene que unir, de forma orgánica y natural, las diversas partes. Este es especialmente el caso de la unidad de la Iglesia. Tiene una garantía divina de unidad intrínseca a su existencia. Pero la experiencia práctica de esto es otra cosa. Como cuerpo formado por miembros “de toda tribu y lengua y pueblo y nación” (Ap 7: 9-10), la Iglesia tiene el desafío de la unidad abierto para ella. Entonces, ¿cómo logra hacer visible este estado? ¿Puede simplemente exigirse o decretarse? ¿Se trata de una dictadura autoritaria?… ”¡Las golpizas seguirán hasta que se logre la unidad!”… Muy dudoso. ¿Así que cómo? Por fe y caridad. La Iglesia solo estará visible y realmente unida por los dones de la fe y la caridad. Sin cantidad de programas o estrategias inteligentes; sin cantidad de decretos y dictados; y ninguna comaradia superficial o reuniones pintorescas servirán.
Para que la Iglesia esté unida, debe hacerlo con los lazos de la fe y la caridad. ¿En qué creemos?…¿Realmente lo creemos?…¿Pueden todos los que dicen ser católicos someterse con obediencia de intelecto y voluntad a lo que la Iglesia nos propone que creamos; ¿Qué ella misma siempre ha profesado que es verdad?…¿Podemos decir honestamente que este es el caso cuando un número sustancial de obispos de una conferencia nacional están abogando por “bendecir” aquello que va completamente en contra de lo que la Revelación Divina nos ha dado como verdad desde el comienzo de la historia?…¿Podemos afirmar esto cuando, incluso en nuestro propio país, la Conferencia Episcopal (y no unánimemente, claro está) ve necesario aclarar lo que la Iglesia ha sostenido sin duda desde sus comienzos sobre la “fuente y cumbre de la Vida cristiana”?… ¿Podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que estamos unidos cuando, en cualquier domingo, un católico dedicado está sujeto a escuchar algún grado de heterodoxia y presenciar cualquier variedad de heteropraxis en su iglesia parroquial? La unidad no es el caso cuando un número sustancial de fieles responde a las ideas del mundo con “yo siento/creo …” y lo que sigue es una amalgama de ideas influenciadas por todo menos Cristo y Su Evangelio. Eso no es fe. Esto no es unitivo.
Y luego…está la caridad. Un sacerdote que conocí en el seminario siempre decía: “¡No hay ‘maldad’ como ‘maldad de iglesia’!” Algunas de las mayores heridas de los fieles se infligen no desde fuera (el mundo) sino desde dentro (los miembros y la jerarquía de la Iglesia). Las últimas dos décadas han sacudido a la Iglesia con los escándalos contra la caridad: abusos perpetrados por los llamados “Padre” y “Reverendísimo”. Y les garantizo que hay más escándalos por venir, muy probablemente sobre las finanzas y cómo no se han utilizado para el amor a Dios y al prójimo. Luego está el mayor enemigo del amor: la indiferencia. El año pasado, las arterias de la gracia en el Cuerpo Místico, los Sacramentos, fueron cortadas de los miembros de la Iglesia en todo el mundo durante meses, “por causa” de la salud física. El interés de la salud física es loable… ¡¿pero qué hay de la salud espiritual?! ¡¿Cuántas almas pasaron meses sin poder recibir la Sagrada Comunión u otros Sacramentos (especialmente cuando las duras regulaciones no venían de los gobiernos civiles sino de los eclesiásticos!)?! Mientras tanto, ¡muchos de sus pastores se sentían cómodos en sus rectorías y residencias sin hacer nada! O, si hicieron, fue muy poco o nada. Sí…hubieron unos pocos heroicos que proporcionaron y estuvieron a la altura de los desafíos de los tiempos como los santos de antaño. Fue un momento para que los líderes verdaderamente pastorales fueran creativos e ingeniosos en la forma en que iban a llegar a su gente. Pero, en su mayor parte, hubo una gran indiferencia hacia las necesidades espirituales de los fieles.
Hemos estado escuchando en las últimas semanas sobre la situación en un país a solo 90 millas de nosotros. Este es mi país de origen, así que tengo más información que la mayoría. La gente se muere de hambre. No hay medicinas. Tengo parientes mayores en “hogares” para ancianos donde hay infestaciones de sarna y ni siquiera hay los medicamentos más básicos disponibles para tratarla y curarla. ¡La sarna! … ¡Los perros tienen sarna! ¿Dónde está el clamor de la Iglesia en solidaridad con estos miembros que sufren? Muchos miembros de la jerarquía se apresuraron a subirse al vagón de la justicia social políticamente correcta el año pasado en solidaridad con los muchos supuestamente oprimidos (como alguien que vino de un país verdaderamente oprimido, se me hace dificil creer que alguien en este país hoy en día está verdaderamente oprimido). ¡¿Dónde está el clamor por los vecinos hambrientos y oprimidos “a un tiro de piedra”?!…ninguno. Silencio total de los miembros de la Iglesia. Indiferencia total. Falta total de caridad.
Por último, señalo el reciente Motu Propio y la respuesta de la mayoría de los católicos cuyas vidas no se verán afectadas por este. Ya hemos oído hablar de muchas comunidades de Misas tradicionales en todo el mundo que están siendo efectivamente desalojadas de sus hogares espirituales. En una Diócesis en el noreste, nueve comunidades fueron informadas el Domingo oasado que ese sería su último domingo allí…¡NUEVE!…¡¡¡EN UNA SOLA DIOCESIS!!! El obispo de una diócesis vecina disolvió tres comunidades de inmediato. Al igual que un obispo “recién formado” en Louisiana que es oriundo de nuestra diocesis. ¿Caridad pastoral y solicitud?…¡Por favor! Si yo llegara en una parroquia y, sin advertencia, consideración o provisión pastoral, disolviera (ya sea completamente dentro de mis derechos como párroco o no) cualquier grupo en la parroquia, el clamor de los diferentes feligreses sería inaudito. ¡Y con razón! Los Católicos buenos, fieles y devotos (desde los recién nacidos hasta los que casi han nacido para la vida eterna) están perdiendo lo que tienen más cercano y más querido de su experiencia de la fe y demasiados Católicos son completamente indiferentes. “No es mi problema.”…”No asisto a la Misa en latín.”…”Esto no me afecta.”… Eso no es caridad. Eso no es unitivo. Eso hiere verdaderamente al Cuerpo Místico de Cristo.
Mi punto es este: lo único que producirá una unidad mayor y visible en la Iglesia es una renovación de la fe y una efusión de amor. Absolutamente nada más. Esta renovación y efusión creará santos. Y los santos son las perennes de la Iglesia. Esto no puede ser obligatorio. No se puede decretar. No se puede crear.
Oren por el Santo Padre para que “cuando se haya convertido, fortalezca la fe de los hermanos” (Lucas 22:32). Oren por los obispos para que recuerden que “a quienes mucho se les ha dado, mucho se les exigirá” (Lucas 12:48). Oren por los sacerdotes, para que siempre podamos darnos cuenta de que somos “dispensadores de los Misterios” (1Corintios 4: 1). Oremos los unos por los otros, para que recordemos que “todos somos hijos de un Padre y discípulos de un Maestro” (Mateo 23: 8-11).
Oremus pro invicem.
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